lunes, diciembre 31, 2007

KT Tunstall



"And my heart hit a problem, in the early hours,
So I stopped it dead for a beat or two.
But I cut some cord, and I shouldn't have done it,
And it won't forgive me after all these years."

Black horse and the cherry tree

Insomnios y duermevelas

Mucho antes que mediocre bloguera fui voraz lectora de blogs. Me aficioné a asomarme cada día a determinadas ventanas, muchas de las cuales aún visito a diario, y tirando del hilo acabé conociendo infinidad de blogs, divertidos muchos, interesantes los menos, que me hicieron pensar que si ellos sí, por qué yo no.


Me asombra cómo ha crecido este tinglado en apenas, digamos, tres años. Casi parecería que a día de hoy todo el mundo tiene un blog y aquella pregunta del "estudias o trabajas" tan antigua ya, tendría que sustituirse por el "blogueas o no blogueas", para pasar a la siguiente pregunta, "qué tipo de blog es el tuyo, dónde se encuadra, cómo se clasifica". Porque los blogs a día de hoy ya no son meramente anónimos, sino que tienen nombre y apellido, y no necesariamente el de sus autores.

Cada vez más abundan los blogs de contenido erótico-sexual, bastante aburridos. Me corrijo, no pretendo ofender a nadie, en el hipotético e improbable caso de que la ofensa quepa, así que diré que yo los encuentro tremendamente aburridos. El sexo como espectáculo (léase la pornografía) me aburre, y la delgada línea que separa el buen gusto y el erotismo de los comentarios bizarros y fotos explícitas hasta el punto de que yo las calificaría como ginecológicas, es muy delgada y en exceso traspasada, en mi no humilde opinión obviamente.


En cambio encuentro mucho más divertidos los dedicados a la moda, tendencias y complementos, en este orden, y esta última semana he hecho un delicioso descubrimiento en forma del blog de una chiquita de edad imprecisa, aunque me apuesto lo que no tengo a que tiene menos edad de la que aparenta (unos 30) dedicado a la moda en general y a sus trapitos en particular. Básicamente lo que se muestra en él es a la autora en diversas poses en lo que parece ser el vestíbulo de su casa, pues el escenario se repite invariablemente fotografía tras fotografía, mostrándonos su vestuario con todo lujo de detalles, marca, lugar de procedencia, fecha de compra, y lo mismo exhibe su última adquisición Zarera (sus compras como las mías son muy de andar por casa) que nos muestra un vestido con dos opciones, botas blancas o botas negras, para que el estimado lector vote y elija qué combinación es la más adecuada. Uno de sus últimos post estaba dedicado a las cenas de empresa y posaba luciendo tres modelos diferentes para que en justa votación se eligiera cuál era el más adecuado para que ella lo luciera esa noche. El ganador, como dato curioso, fue un vestido de Zara (cómo no) y que yo también poseo.

Que cada cuál usa su blog para lo que le venga en gana es algo obvio, pero me resulta terriblemente turbador aunque yo no me pierda sus actualizaciones o precisamente por eso y me muerda la lengua en mis críticas, que esa chica es capaz de lo mejor y de lo peor, estéticamente hablando, digo.

Curiosamente el grado de exhibicionismo del que hace gala me parece infinitamente mayor del que muestra un tal Pepe Pérez mostrando su supuesto pene (supongo que él diría polla) y ofreciendo estancia en un balneario (no sé si en su compañía o en la de su falo) a cambio de boca de mujer (que busque boca).

sábado, diciembre 29, 2007

Emmylou Harris (rubia 30 años después)



"And I don't want to hear a sad story
Full of heartbreak and desire
The last time I felt like this
It was in the wilderness and the canyon was on fire
And I stood on the mountain in the night and I watched it burn
I watched it burn, I watched it burn."

Boulder to Birminghan

viernes, diciembre 28, 2007

Emmylou Harris (antes de teñirse de rubia)



"Well you really got me this time
And the hardest part is knowing I'll survive.
I have come to listen for the sound
Of the trucks as they move down
Out on ninety five
And pretend that it's the ocean
coming down to wash me clean, to wash me clean
Baby do you know what I mean."

Boulder to Birminghan

jueves, diciembre 27, 2007

Fobias navideñas (III)


Lo habitual es que a uno le encante la Nochevieja aunque odie la Navidad; que ya sabemos que lo políticamente correcto es declararle la guerra a estas fechas para firmar una tregua el último día del año justo antes de atragantarse con las uvas. Al fin y al cabo la Nochebuena implica familia, al menos tradicionalmente, la Nochevieja amigos, y se supone que a los segundos uno puede elegirlos, frente a los primeros que vienen impuestos.

Yo no soy de esa opinión. Encuentro tremendamente inquietante el último día del año y suelo refugiarme en casa nada más dan las 12. Cumplo con el rito de comer religiosamente las 12 uvas, nunca consigo llevar el ritmo de las campanadas y mientras la gente a mi alrededor brinda y se felicita el nuevo año yo sigo tranquilamente haciéndome cargo del buen número de uvas que aún quedan en mis manos.
Será que se impone mi sentido trágico de la vida, pero en lugar de pensar que esa noche supone el inicio de un nuevo año lleno de las posibilidades que queramos tener, sólo puedo pensar que seré un año más vieja, que todo, probablemente, seguirá igual y me entra una profunda melancolía que se disipa con las primeras luces del día de año nuevo. Me deprimen tremendamente las celebraciones de turno, esa falsa alegría con la que todos parecen festejar, esos absurdos mensajes llenos de deseos improbables que colapsan el móvil y muy especialmente las indumentarias con las que ellas y ellos hacen gala. Las lentejuelas, los brillos, los dorados, los generosos escotes e imposibles tacones, las corbatas y trajes con los que los aún adolescentes se disfrazan y que les sientan peor que a un santo unas pistolas, si exceptuamos obviamente a mi bendito Valverde.

En todo caso y aunque yo no lo disfrute le deseo al lector una feliz entrada y salida de año (cómo me ha gustado siempre esta frase) y un año, cuando menos, lleno de dignidad. Por mi parte y tras las 12 uvas y sus correspondientes campanadas acompañada de un par de botellas de champagne (no cava, y rosado a ser posible), mazapán de Toledo (una tiene sus debilidades) y cierto número de películas, entre 3 y 5, me monto un maratón cinematográfico. El año pasado le fui infiel al ritual, por estar en tierras extrañas y tener que adaparme a las costumbres locales, pero el anterior me tragué todas seguidas y ya no recuerdo el orden: Ser o no ser, El fantasma y la Sra. Muir, Mogambo y Sed de mal (sé que está fue la última porque me quedé dormida a mitad de la película, muy fuerte ver a Marlene Dietrich haciendo de mexicana). Para este año aún no tengo perfilada la cartelera, dudo en sustituir las películas por un maratón de Los Soprano, pero me apetece ver Centauros del desierto, tal vez Desde Rusia con amor (ver a Pedro Armendáriz al lado de Sean Connery no tiene precio, y no digamos a Lotte Lenya la malvada Rosa Klebb, merecedora sin duda de un post dedicado si yo tuviese más ingenio y talento), tal vez una peli de safaris, agradecería si alguien me recomendase alguna (clásica), y que no fuese Las minas del Rey Salomón (el sosainas de Stewart Granger me da mucha pereza).

Lo que hay es lo que ves


He hecho propósito de enmienda. Me encomendé a mí misma la tarea de no enfadarme, no discutir, no contradecir ni contrariar a mis congéneres familiares y navideños. Difícil y ardua tarea en estas fechas de reencuentro familiar. Lo conseguí, tragué saliva, conté hasta cincuenta, me levanté de la mesa con excusas varias, me serví otra copa de vino… he conseguido superar con relativo éxito la cena de Nochebuena, la comida de Navidad y las sucesivas comidas, meriendas y cenas de estos días hasta hoy. Hasta esta tarde para ser más exactos.

Un pequeño utilitario atestado de gente, es decir, de cinco personas incluido el conductor. Servidora en el asiento de atrás, apretada como en lata de sardinas. Monumental a la entrada de Oviedo. El conductor pregunta a las pasajeras (todas mujeres) si han trabajado hoy, jueves 27, cuando media humanidad está de vacaciones, la otra media, entre la que yo me incluyo, sí lo hemos hecho y así lo hago saber. Antes siquiera de terminar la frase me interrumpe el señor conductor con un:

-“Bueno, tú habrás hecho acto de presencia, porque lo que se dice trabajar… así va España. No me extraña que votéis a ZP”.

Me indignó el comentario. Me indignó muchísimo. Y ahora me indigna haberme indignado. Por un lado y para qué negarlo porque en parte, sólo en parte, por supuesto, era cierto. En qué parte, eso es lo de menos. Por otro lado él no tiene ni la menor idea de a quién voto, ni siquiera si lo hago. En cambio yo si conozco perfectamente su postura política que aunque no entienda respeto, nada que ver con la mía. Pese a todo le quiero y admiro. En tercer lugar hago algo más que acto de presencia, cumplo escrupulosamente mi horario e incluso las tareas asignadas. Y sí, así va España señor conductor, pero no precisamente por mi culpa. Últimamente estoy francamente cansada de tener que justificar mi condición y mi trabajo a pluriempleados postlicenciados que trabajan hasta los sábados para ganar un dinero que no tendrán tiempo de gastar.

Se me escapa por cierto el plural en el “votéis”, porque la copiloto y las acompañantes del asiento trasero, mis tías, no son sospechosas precisamente de votar a Zapatero, siendo como es su radio de cabecera la cadena COPE y un tal Jiménez Losantos.

Anybody but you



Tú no lo sabes. Probablemente no lo llegues a saber nunca. No por mi parte. Iba a llamarte yo. Dígase con el convencimiento con que una pronuncia la frase que el otro quiere escuchar. Nada más lejos de la realidad. Pensé en hacerlo, durante breves instantes. Descarté la idea. Te borré de la lista prioritaria de llamadas de felicitación navideña y te coloqué en la cara B, los que reciben un triste mensaje telefónico (si tengo espíritu, un email, no lo tuve, evidentemente). Pero llamaste tú. Y me alegré de ello aunque yo no lo hiciera. Me reconcilió contigo. Me alegro, mucho, por ti. Meses repitiendo la frase con escasa convicción y demasiada osadía. Me alegraba, me alegro, cierto, pero no del todo porque aunque pretendiera ser sincera no lo era. Irremediablemente. Sin poder evitarlo. Y bien sabe ese Dios al que algunos le rezan que si alguien se merece todo lo bueno que a uno le pueda pasar ésa eres tú.

martes, diciembre 18, 2007

Fobias navideñas II - Cenas de empresa


Ya decía que no pretendía ser original en mis fobias navideñas, porque mi segundo malquerer lo debo compartir con la casi totalidad de curritos de esta España nuestra que cantaba la malograda Cecilia, a saber las cenas de empresa. Como ven, poco original y bastante inoportuna, porque casi todas las cenas de empresa que han sido ya se han celebrado, en su gran mayoría la semana pasada.

En mi caso tan magno acontecimiento tuvo lugar el pasado viernes, aunque no fue una cena propiamente dicha, sino una comida que empezó a eso de las cuatro, el laburo obliga, y terminó a una hora inexacta a altas fiebres de una madrugada bañada en orujo, al menos para algunas. Tampoco se puede hablar exactamente de comida de empresa, porque la premisa de que sea la empresa para la que uno trabaja la que pague tampoco se cumple, por un lado y por otro una no trabaja para una empresa sino para una administración pública, aunque pese al escepticismo de algunos y la denodada lucha de otros trata cada vez más de parecerse a ellas. Pero ni modo, pagamos nosotros, a partes iguales, aunque uno se haya metido entre pecho y espalda un chuletón, otras el plato más caro de la carta, besugo al horno, y las más modestas, la Viudita alegre y yo, unos humildes “huevos esgonciaos”, acompañados eso sí, de “pixín” y langostinos. Claro que una no bebe, que hay que conducir, no toma café, que se desvela, ni bebe el traguito de orujo cortesía de la casa, que produce urticaria, así que definitivamente la “no cena de empresa” me resultó enojosamente cara. Aunque eso fuera lo de menos.

Yo entiendo que en determinadas circunstancias pueda resultar hasta agradable eso de irse por ahí de juerga con los colegas, en el hipotético e improbable caso de que tu relación con ellos sea buena y vaya más allá del buenos días o el hasta mañana de rigor. Pero para qué mentir, eso no suele ser lo habitual, porque que levante la mano el que disfrute de un ambiente laboral sano y envidiable, con jefes encantadores incluidos.

Yo no me llevo especialmente mal con nadie, tampoco bien. En un alto porcentaje la ignorancia es mutua y sostenida y en el resto se hace fuerte una frase que una vez oí, si no puedes con tu enemigo, únete a él, aunque muchos no me lo perdonen, que en mi trabajo se aplica eso de que los enemigos de tu enemigo son tus amigos. Hablamos claro está de un pequeño reducto funcionarial donde unos pocos hacen el trabajo de unos muchos cuyo mayor pasatiempo es espiar, denunciar y contabilizar a los demás aunque el alcohol haga milagros (y estragos) y dibuje sonrisas y falsos ánimos y cariños donde antes sólo había palabras malintencionadas. Y eso si que hace extraños compañeros de cama.

Aún nos queda un vino español, esta vez sí, cortesía de la Consejería de turno, a la que estamos todos invitados y al que hay que asistir con media hora de antelación para colocarse en posición estratégica si quieres degustar el jamón y demás, porque a los cinco minutos de empezar parecería que el mismísimo Atila ha pasado por allí. Una vez atracado el buffet las hordas se dirigen hacia la bebida, nunca antes, que todavía hay prioridades. Es frecuente oír la frase, hoy no como, mientras se mastica a dos carrillos, las manos sobre sendos canapés y la mirada vigilante sobre un cuarto. Cambiaría gustosamente el ilustre ágape por algo tan vulgar como una cesta de Navidad. Me haría una ilusión tremenda recibirla, mira que una es simple para algunas cosas, pero desde mis excelsos tiempos de becaria, chica para todo y contratada en prácticas en la empresa privada nunca más volví a tener una en mis manos y de mi propiedad, aunque lo que en aquellos tiempos recibiera distara bastante de ser una cesta propiamente dicha. Se lo insinué bastante claramente a mi jefe uno de los días pasados, y él se me quedó mirando con cara inicialmente de “qué me estás contando” para pasar luego a una cara de “tal vez no sea mala idea, pero deberías encargarte tú del asunto” y contestar con un manido, “me lo pensaré”, que en su lenguaje quiere decir “olvídate". Yo insistí, lo justo, unos simples bombones estarían bien, “me lo pensaré”, reiteró esta vez sin palabras, y casi mejor que se lo piense, porque yo ya me hacía a la idea de unos Godiva, y creo que él se hubiera decantado por unos Ferrero Roché.

De deudas y disciplina

Nunca he sabido tratar el dolor ajeno. El mío no, el mío es diferente. Yo sólo lloro cuando hace frío y en los cines. Elijo meticulosamente la película, todo un drama, y esa primera sesión de la tarde, con la sala vacía, apenas dos o tres espectadores que te miran de reojo tras su enorme bolsa de palomitas. No me gustan, ni esas Coca-colas gigantes y desprovistas de gas que hay que beber a través de una paja. Pero llorar allí es tan fácil…

Sin saber qué decir con una medio sonrisa más que cercana a la mueca. Los abrazos no acompañan en el sentimiento, no digamos los dos besos de rigor (uno por mejilla). Las frases son vacías mientras unos reciben mensajes, el irritante pitido de los sms, el teléfono que no deja de sonar desde un bolso de Loewe abandonado encima de una mesa y que nadie reclama. No hay coches para todos, la necesidad de llamar a un taxi se pierde entre los saludos. Tanto tiempo sin verte. Te has cortado el pelo. Cuándo has llegado de allá. Quién recoge a quién en el aeropuerto. Haré todo lo posible por ahorrarle el trago. Y tú cuándo vuelves. El lunes seguro tendrás que trabajar. Llega esta noche de Roma, el resto, conducen, todos, desde Madrid. Un email desde la distancia es demasiado impersonal. Haz el favor de llamar por teléfono. A mí me nombra, me sorprende. Tiene mal aspecto. Estoy hablando por hablar y es que aún no me lo creo. Ya la conoces, trabajamos juntas. No llegamos a coincidir, él se jubiló el año anterior. Éramos vecinos. Tienes que pensar en positivo. Ya sabes, para lo que quieras. Una corona decía… te quisimos siempre, no te olvidaremos nunca.

miércoles, diciembre 12, 2007

Jaime Urrutia & Eva Amaral



"Todo el mundo sabe que es difícil encontrar
en la vida un lugar
donde el tiempo pasa cadencioso y sin pensar
y el dolor es fugaz."

Camino Soria

Fobias navideñas I - Santa "Cló"

No soy nada original en mis fobias navideñas y como no podía ser de otra forma odio a Papá Noel o Santa Claus o el gordo de rojo que se cuela por las chimeneas, cómo se le quiera llamar. Me temo que de los cuasitreintañeros para arriba pocos son los que le tienen apego a ese invento.

Soy fan declarada y confesa de los Reyes Magos, los auténticos héroes de mi infancia, junto al protagonista de V de cuyo nombre no quiero acordarme, aquella terrorífica
[1] serie de ciencia ficción donde unos alienígenas invadían la tierra y aunque parecieran humanos en realidad eran lagartos que se comían ratones (vivos y enteros) y daban mucho miedo, especialmente Diana, la mala de la película, y en realidad protagonista absoluta, o como bien dicen en los culebrones venezolanos, antagonista, una especie de Angela Channing sin mayordomo y en versión juvenil.

Pero volviendo a los Reyes Magos, ellos si que tenían clase, no Papá Noel. En primer lugar porque eran magos, y en un tiempo en el que la Rowling aún no había soñado ni con hacerse rica ni con un mundo donde convivieran muggles y magos, eso era un punto. A saber, Papá Noel parecía ser que tenía una fábrica allá por Laponia llena de enanitos o duendes o lo qué sea trabajando para él, y vaya usted a saber en calidad de qué y qué convenio laboral tendrán suscrito. Pero los Reyes no, que para eso eran magos y no necesitaban de nadie, bueno, tan sólo de sus camellos, cuestiones de logística básicamente. No me negarán que venir de Oriente en camello es mucho más divertido y exótico que surcar los cielos desde Laponia en un trineo tirado por renos. Aunque los pobrecillos a estas alturas deban de tener francos problemas de orientación, no son buenos tiempos para escrutar las estrellas. Ni de la estrella polar puede fiarse una.

Tampoco hay que olvidar que la popularidad de Santa nos viene de los States, donde es el arquetipo de wasp, mientras que los reyes ya eran sin saberlo, políticamente correctos con su diversidad cultural y étnica (seguro que además Gaspar era gay). Y aunque una sea bebedora compulsiva de Coca-cola (nadie es perfecto) no se me olvida que la imagen que todos tenemos del personaje en cuestión, barriga y barba, incluido su atuendo rojo y blanco (los colores corporativos de la marca) son producto de la imaginación de un diseñador de una campaña de publicidad de la popular bebida en tiempos no excesivamente lejanos. Lo que si es cierto es que existió un tal San Nikolaus, en Grecia o Turquía, no recuerdo exactamente, santo venerado en la tradición católica de Centroeuropa y concretamente en Alemania donde se celebra el 6 de diciembre, se hacen pequeños obsequios a los niños, aunque no juguetes, dulces básicamente. En algunos casos y como si fuera esa tal Suzanne, te y naranjas, al menos me tocó recibir a mí en alguna ocasión.

¿Y qué me dicen de esos Papás Noeles suicidas colgados por doquier en ventanas y fachadas? Hace unos tres años era un fenómeno minoritario y que una esperaba que no se extendiese como atentado a la estética y al buen gusto. Una cosa son las luces navideñas, mal menor al que le he cogido gusto, obra de los ayuntamientos, de por sí dados al despilfarro. Pero que los particulares, primero tímidamente, y ahora en tropel, al lado del arbol sintético
[2], pero por la parte de fuera, nos coloquen ese horror es algo que me hiere en lo más profundo. La primera vez que mi vista se tropezó con uno tratando de colarse por la ventana de un primer piso (y yo que siempre había pensado que Papá Noel entraba por la chimenea) tuve que detener el coche para asegurarme que lo que veían mis ojos era cierto y no se trataba del producto de mi imaginación o de un ladrón o un tipo a punto de suicidarse vestido de rojo, con la consiguiente algarabía de pitidos e improperios (mujer tenías que ser) que se generó tras de mí.

En definitiva, que yo me quedo con los tres Reyes, unos auténticos caballeros que nunca me fueron infieles durante todas las madrugadas de los seis de enero de mi infancia, aunque por su culpa sufriera la mayor contrariedad de mi vida cuando a los seis años la hermana que me precedía que a sus nueve años se había caído del guindo (o alguien la había tirado) no pudiendo soportar la envidia que le provocaba mi ingenuidad e ilusión ante la noche de reyes me soltó la frase que todos los niños tememos: “los reyes son los padres” y no contenta con ello y ante mi negativa e incredulidad me retó a buscar los regalos supuestamente escondidos por los reyes, que eran los padres, en algún rincón, tarea nada fácil en mi caso por vivir en una destartalada y enorme casa llena de sótanos, garajes, desvanes y rincones oscuros. La búsqueda tuvo sus frutos, pero mi hermana no contaba con que yo, inasequible al desaliento, tuviera una capacidad infinita para creer lo que quería creer, así que aunque el desencanto hizo mella afronté esa noche y el resto de noches hasta que decidí hacerme adulta con la casi misma inalterada ilusión de los primeros seis años de mi vida. Incluso esperé pacientemente tres años, hasta que mis dos mejores amigas cumplieran los nueve, para vengarme, aunque fuera a través de persona interpuesta, y poder decirle a alguien esta vez yo, mira que sois tontas, si los reyes son los padres… ellas no me creyeron, obviamente.

[1] Aún tengo pesadillas cuando recuerdo la noche nupcial de Diana.

[2] Antes muerta que con un árbol sintético. Árbol y Belén deben coexistir pacíficamente en esta España nuestra, pero un árbol de verdad. Abeto, a ser posible.

martes, diciembre 11, 2007

Gastelo



"Qué frágil me haces sentir,
tanto que me doy asco."

Como el sol

Pero no se lo digas a nadie, una tiene que mantener su imagen


Es lo que “toca”, ¿no?, un post pre-navideño enumerando los numerosos motivos por los que una odia la Navidad. Porque eso es lo políticamente correcto, odiarla. ¿Acaso hay alguna persona de bien que no encuentre terriblemente falsa, hipócrita y deprimente esta porción de año que se nos viene encima? Pues yo señores levanto tímidamente la mano…

Supongo que a la pose estudiadamente atormentada de la que hago gala en los últimos tiempos le va más un rechazo irracional a las fiestas navideñas, pues no, me gusta la Navidad, con todas sus consecuencias. Tal vez uno de los motivos sea proceder de una familia apegada a las tradiciones, grande y dispersa para la que casi cualquier excusa es válida para reunirse. Lo de menos es que acabada la cena de Nochebuena ya no haya mucho que decirse puesto todo lo que se debía y no se debía transmitir, especialmente esto último, ya se ha dicho, las más de las veces a gritos. Pero eso pasa hasta en las mejores familias y forma parte de su encanto.

Para mí Navidad es sinónimo de volver a casa como en el anuncio de turrón, para encontrarse con la familia, con esos sobrinos casi irreconocibles con lo que han crecido desde la última vez que los viste en verano. Sinónimo de encontrarse con los amigos que no has visto en todo un año, exactamente desde las Navidades pasadas, exiliados también ellos en los lugares más remotos, los más ¿afortunados? Madrid, tal vez Barcelona, el más alejado, ex becario ICEX, Ciudad del Cabo. Equivale a kilos de más, sobredosis de azúcar y alcohol, a promesas y propósitos de año nuevo pulcramente escritos a mano en una libreta de tapas duras y espiral que nadie va cumplir, aunque eso sea lo de menos, que al fin y al cabo yo no fumo ni nunca me pongo a dieta, me permito la licencia de huir de los tópicos.

Por gustar hasta me gusta todo ese hortera enramado de luces navideñas, aunque por momentos me asalta la conciencia la idea de que supone un auténtico despilfarro energético inútil, absurdo y reitero hortera, pero sólo por momentos, porque la ciudad hace uso (y abuso) de ese mismo alumbrado en las fiestas patronales y en otros varios momentos festivos a lo largo del año, me reservo mis críticas para entonces.

Que los centros comerciales se conviertan en lugares impracticables con atascos kilométricos en sus accesos y en sus cajas donde el deporte rey sea la caza y captura de regalos no es problema. Yo no hago regalos en Navidad (ni recibo), los regalos están desterrados de mis celebraciones navideñas. Aunque frecuentar un centro comercial en los días vísperas de Reyes (cada vez más de Nochebuena) sea un buen entrenamiento para lo verdaderamente importante, las rebajas, que esperan agazapadas a que se apaguen las luces navideñas, y es entonces donde hay que jugarse los cuartos y el tipo.

No olvido los villancicos, algunos tremendamente inquietantes, véase el ejemplo de “hacia Belén va una burra cargada de chocolate”, pero tras toda una infancia y adolescencia en un colegio de monjas con representación navideña anual en la que hasta una vez hice de Virgen María, el papel estrella como es de suponer, una ha conseguido tener un buen repertorio y a algunos hasta les ha cogido el gusto. Especialmente a ése que cantaba Víctor Manuel en los tiempos en los que le dedicaba canciones a Franco y ya ha llovido desde entonces. Pero al margen de villancicos populares y no tan populares, hasta el mismísimo The Boss (Bruce para los amigos) ha versioneado el Santa Claus is coming to town, siempre se puede echar mano de Haendel, Bach o Rimsky Korsakoff, que queda más elegante, sin olvidar que el día de año nuevo es cita obligada La 2 y el concierto de Año Nuevo desde Viena.

Y podría seguir así, indefinidamente hablando de la cantidad de cosas buenas que tienen estas entrañables fechas, lo mucho que me gusta desterrar a todo el mundo de la cocina el día de Nochebuena y cocinar, sin ser buena cocinera pero apañada, para todo el mundo. O ese glorioso 22 de diciembre en el que algunos afortunados pasarán a mejor vida, aunque yo de lotería no gaste. Pero tengo que ser sincera, porque de lo que yo quería era hablar de lo que precisamente odio de la Navidad, y no digo que no me guste, sino que odio, utilizando el verbo "odiar" consecuentemente. Pero hoy hace un día espléndido, demasiado hermoso para malgastarlo enumenrando mi pequeña lista de fobias navideñas. Eso mejor mañana...


lunes, diciembre 10, 2007

Incandescencia y ruinas


Anticanto de amor,

quién te beberá, quién

pondrá la boca en esta

espuma prohibida...


Incandescencia y ruinas V de Antonio Gamoneda




Habían estado en una "güisquería". Fue lo primero y único que me dijo antes de darse la vuelta y alejarse. ¿"güisquería"?, qué carajos quería decir con eso. Era la primera vez que oía esa palabra. Lo más parecido que conocía era licorería, y de oírlo en las series de abogados de los States, donde el defensor siempre duda si subir al estrado al acusado pues si lo hace saldrán a relucir sus antecedentes penales entre los que nunca falta el asalto a una licorería cuando era adolescente.



sábado, diciembre 08, 2007

Despertar


"...No lloro por ti

Lloro por lo mucho que queria este momento

Y aqui estas tu de rodillas

Y me importas un pimiento"

Nacho Vegas/Christina Rosenvinge


Hoy no me maquillo
porque el pueblo es muy pequeño


Las Divas
, si de algo saben,
es de demografía:
hace tiempo que la gente emigró de los teatros
por su culpa.

Divas de David Refoyo



Supongo que tendría que habértelo dicho. Las personas que me gustan, cuando menos lo intentan, aunque no siempre lo consigan. Pero me parecía tan evidente. No esperes nada si no estás dispuesto a recibir. No exijas aquello que tú no estas dispuesto a dar.

Fue todo tan rápido. Tras años, cuántos, dos o tres, tal vez más, de pronto todo se precipitó y a principios de verano fingimos, porque no dudo que ambos fingimos, descubrir en el otro algo que antes nunca habíamos visto. Probablemente tan sólo necesitábamos creer encontrarlo. Fue lo que se dice estar en el lugar adecuado en el momento indicado, y todo lo demás carecía de importancia.

Recién finalizado tu primer año post-divorcio, arrastrando palabras y huéspedes que te acompañarán hasta el final de tus días no eras el tipo más recomendable al margen de nuestra proximidad laboral. Pero yo no tenía ni la más mínima intención de enamorarme de ti y que tú lo hicieras francamente no me importaba.

Rápidamente aprendimos nuestro papel lleno de palabras veladas y medias sonrisas, tardes de sol y cenas de viernes. Bien decías que nuestra ¿relación? era perfecta, que en ella no cabían formalismos, saludos ni despedidas pero un buen día debiste olvidarlo o tal vez te tomaste demasiado en serio a ti mismo.

Te enfadabas, estoy convencida de que realmente lo hacías aunque a los cinco minutos te disculpases y a los diez se te hubiese olvidado, hasta al próxima vez al menos, y digo bien, te enfadabas porque yo prescindiera precisamente de todo eso de lo que orgullosamente proclamabas carecía nuestra relación. Si no me despedía al irme a casa, si no te buscaba para darte los buenos días, si no te acompañaba en la hora del café, si no te adelantaba mis planes para un fin de semana en el que yo no contaba para tus planes.

Por el contrario rara vez recibía tus buenos días o un beso de despedida, nunca me avisabas con antelación si cancelabas una cita en el último momento porque tu querido F. necesitaba un hombro con el que llorar y tras un escueto no puedo, F. me necesita, desaparecías durante no más de un par de horas para después llenar mi buzón de tu aburrimiento y hartazgo de F. detallándome como si a mí me importase o te hubiese preguntado todas tus supuestas circunstancias con él. Por el contrario era muy de agradecer que nunca me interrogases acerca de mis “desapariciones”, tras tu enfado inicial, puchero de niño chico, optabas por el silencio, como si prefirieses no saber, como si no sabiendo no hubiese pasado, como si te importase y ojos que no ven, corazón que no siente.

Pero claro que no te importaba, lo mismo que a mí no me importaban tus escapadas con F. que por ratos se travestía de Carmen, de Paula o de Sofía. Que una cosa es aceptar las reglas de un juego y otra es creérselas. Y yo, que juego mal hasta el parchís, pronto me cansé de jugar. Tú por el contrario parecías encantado, te alejabas para volver de nuevo con más exigencias y volver a alejarte, yo tan sólo esperaba que en una de esas desaparecieras del todo aunque tuviera que seguir viéndote todos los días en el trabajo, tengo una capacidad infinita para ignorar a las personas si me late.

Consideraba, aunque a esas alturas ya lo dudaba seriamente, que éramos dos personas adultas y que actuábamos con conocimiento de causa. No estaba acostumbrada a tratar a tipos como tú, suelo rodearme de personas, hombres y mujeres, supuestamente maduras y consecuentes de sus actos y francamente estaba más que cansada de esa situación llena de reclamos y sin que en ningún momento tú me preguntases qué era lo que yo sentía o quería, y no te culpo, porque si bien tú no preguntabas yo tampoco contaba. Porque ese era el juego y aunque a ti se te debió olvidar, a mí no, querido, a mí no se me olvida nada...

Todas las pelirrojas son unas ninfómanas




Había una película, juraría que la había, en la que se decía esa frase o una muy parecida. Y no, no estoy hablando de una peli porno ni nada por el estilo, sino de una película clásica.

Tan sólo recuerdo una escena, un padre y un hijo frente a una chimenea, el padre recriminando a su hijo que se ha enamorado de una mujer equivocada porque como vehementemente afirma, todas las pelirrojas son unas ninfómanas.

No recuerdo el título, ni los actores, ni el género. ¿Alguien sí?.

viernes, diciembre 07, 2007

Regina Spektor



"I never loved nobody fully
Always one foot on the ground
And by protecting my heart truly
I got lost
In the sounds
I hear in my mind
All of these voices
I hear in my mind all of these words
I hear in my mind
All of this music"


Fidelity

Desde una ciudad llamada Perdición


Cepsa lo tiene todo
en sus gasolineras.
Todo
salvo compañía.

Un baño de azulejos rotos
-de historias hechas añicos
que un día fueron blancassirve
de refugio al forajido.

Meo y me vacío
sabiéndome perdido en un punto
secreto del mapa
camino de un hogar
que no sé si me pertenece.

Este otoño
de un amarillo húmedo
abrasa las cunetas a nuestro paso
y me enfrenta a la promesa anual
de abandonar el teatro
por fin
y para siempre.

El año que viene se convierte en hoy
y la respuesta de un pacto tácito
con mi propio mundo interior
se esfuma en esta estación de servicio

a ochenta y siete kilómetros de mi casa.

A ochenta y siete kilómetros del invierno.

Cepsa de David Refoyo (o lo que es lo mismo, Clifor)

miércoles, diciembre 05, 2007

Lhasa



"Je n'ai pas peur
De dire que j'ai triché
j'ai mis les plus pures
De mes pensées
Sur le marché
J'ai envie de laisser tomber
Toute cette idée
De "vérité"
Je garderais
Pour me guider
Plaisir et culpabilité"

La confession

Lecciones de surf



Tan sólo quería conocer Ensenada. Lo había visto tantas veces en la televisión. A donde bajaban los niños ricos. Pero Ensenada estaba en México y México no entraba en sus planes. Porque él tenía un plan.

Me he perdido

Mal asunto, me dije, si ya estábamos dudando si ir o no ir tan sólo porque al día siguiente tocaba trabajar y su consiguiente madrugón. ¿Dónde habían quedado aquellos días de ir sin dormir al “currelo” como cantaba Sabina?. Confieso que a mí también me daba pereza, no empezaba hasta casi la medianoche. Terminó pasadas las 3.

Pintaba bien el concierto. Lleno total, mucha gente guapa de ésa que surge hasta de debajo de las piedras en los días del Festival, mucho pseudointelectual gafaspasta, rockeros redimidos e indies perdidos.

Tocaba antes un tal
Pablo Valdes, ganador de un concurso de maquetas de los no sé cuántos principales. Acompañado a la guitarra por Sergio García, que se destapó como todo un virtuoso. Tuvo su mérito su irrupción en el desnudo escenario guitarra en mano y desgranando media docena de canciones. Me gustó, me recordó la desnuda honestidad de un principiante y personal Quique González.

La expectación era máxima cuando por fin las dos estrellas de la noche hicieron su aparición. Tan rubia y tan delgada ella, tan apagado él. Expectación que comenzó a disminuir a pasos agigantados al mismo ritmo que el respetable huía hacia la barra o directamente buscaba la salida y la voz de Nacho Vegas por momentos apenas se hacía audible ahogada entre el ruido de humo y conversaciones y tintineo de hielo y vasos que hubiera hecho las delicias del malogrado Enrique Urquijo mientras en la misma proporción se multiplicaba la capacidad de desentonar de la trigueña (como alguien a mi lado la llamó). Todo ello unido a la natural antipatía de la extraña pareja que en ningún momento se dignó a dirigirse al público.

Curiosamente los mejores momentos al menos en mi no humilde opinión llegaron precisamente con canciones de sus respectivos pasados musicales y no de Verano fatal, su proyecto en común. Grata sorpresa escuchar Días grandes de Teresa, canción que nunca me canso de escuchar. Lo demás, totalmente prescindible.



martes, diciembre 04, 2007

Más de lo mismo


Admiro a Ángel González, he leído mucho a García Montero, leo con asiduidad a Brines, me gusta especialmente Benjamín Prado, siento simpatía por la señora Montero, es decir, Almudena Grandes, estoy descubriendo a Ricardo Labra, sigo a José Luis García Martín y detesto a Juan José Millás.

Sólo faltaba Caballero Bonald y Sabina a la guitarra sirviendo los whiskies. Claro, qué tontería, entonces sería finales de Julio, no principios de Diciembre. Gijón y no la decadente Oviedo. El recinto semanal (sin ser una semana) oliendo a bocatas de calamares en lugar del Paraninfo de la Universidad. Y el que sirviera el whisky no sería el flaco de Úbeda sino Paco I. Taibo II.

[En la foto no son todos los que están ni están todos los que son]

domingo, diciembre 02, 2007

Puedo ser o no ser yo


Me encontré estas palabras en el blog de Lia... sin tan siquiera pedir permiso acá las reproduzco, como es habitual alguien se me adelantó y expresó (mejor, mucho mejor de lo que yo nunca lo haría) lo que yo hace tiempo trato de hacer comprender.


"...Yo soy de las tristes, pero no de las débiles,
sino de las que también hacen falta.
Soy de las que marchan con coraza de hielo,
hasta encontrar el final del camino..."


Aunque yo prefiera decir:

"...Eu sou das tristes, mas não das débeis,
mas das que também fazem falta.
Sou das que marcham com couraça de gelo,
até encontrar o final do caminho..."

Alta traición


Llevamos toda la mañana peleándonos con la máquina de fax. Alguien al otro lado de la línea telefónica intenta infructuosamente una y otra vez enviar un documento. Ya he perdido la cuenta de las veces que me he levantado y acercado comprobando que hay papel, que éste está bien introducido, que el problema no es de nuestro fax puesto que hemos recibido y enviado otros a lo largo de la mañana.

El teléfono sigue sonando implacable. Ya se hacen apuestas. ¿Entrará esta vez?, ¿Se dará por vencid@ sea quién sea el que está al otro lado?... seguro que es del S. L. que Floricienta no sabe ni mandar un fax.

Vuelve a sonar el teléfono. La Viudita alegre contesta. Pero ella, que es eficiente como no lo llegaré a ser yo nunca en mi condición de funcionaria de ventanilla y vuelva usted mañana. La “princesita” del Jefe como suele llamarla Blancanieves sin los siete enanitos, extremadamente educada y correcta, frente a terceros fundamentalmente y a la que nunca le faltan sonrisas hacia el atribulado usuario con un “déjelo en mis manos”, consejos varios y alguna que otra solución ha debido de dejarse olvidadas esta mañana las buenas maneras sobre la mesilla de noche.

Ante la incrédula mirada de cuantos la rodeamos cuelga el auricular con mirada asesina y mascullando un “qué gilipollas llega a ser la gente…, ni siquiera sabe enviar un fax”. Al instante nos dice que la supuesta gilipollas es la tipa, porque es mujer, aclara, que lleva toda la mañana intentando enviarlo. Y como el teléfono sigue sonando y el ya famoso fax sigue sin hacer acto de presencia nos regala no menos de 20 minutos de improperios varios dirigidos a la presunta gilipollas, que resulta ser una funcionaria interina (esta información también nos la brinda) que trabaja para los exiliados de la tiza, esto lo sabré a la mañana siguiente cuando finalmente el fax en cuestión llegue a nuestras manos.

Nadie le prestó demasiada atención al incidente, pero yo no pude evitar darle vueltas a la idea de qué algo más habría de haber tras esa tensa conversación telefónica. No es propio de ella perder la compostura de esa forma a causa de una desconocida o de un fax que nadie reclama y no acaba de llegar. Claro que mi malsana curiosidad laboral dura hasta las tres de la tarde, hora de salida, que ese día por cierto se adelantó a las dos. Cuando me montaba en el coche ya ni me acordaba de su salida de tono.

Por una vez la intuición, que tan esquiva me resulta, no iba a fallarme.

Un buen día ella decidió renunciar a su reciente condición de viuda, que no a su alegría. Esa determinación, que como viene a ser lógico a nadie en su entorno laboral debería haber importunado, causó un auténtico terremoto en la oficina cuyos efectos, años después, aún perduran.

Por aquel entonces yo aún no trabajaba allí, pero ya en mi primer día de trabajo se me informó puntualmente acerca de su estado civil y sentimental, por este orden. Había cometido el grandísimo atrevimiento de enamorarse de un colega casado, aunque algunas sostienen que en realidad lo suyo no es ni fue amor, sino “encoñamiento”. Ni que a mí me importara, digo.

Podría importarme, en todo caso, si me importasen las vidas ajenas, dado que trataba con cierta asiduidad y cordialidad a la por entonces sufrida esposa, actual exmujer y había tenido noticias precisamente por boca de ella sobre ese presunto “affaire”, que resultó ser no tan presunto y acabó con una demanda de divorcio o separación o lo que fuera (no manejo bien yo determinados asuntos legales) y las maletas del colega en la puerta. Ambas acciones emprendidas por su señora esposa, que si por él fuera, me temo, aún seguiría con su santa sirviéndole la cena todos los días. No siendo precisamente primerizo en aventuras laborales extraconyugales desconozco la razón por la que esta vez fue la definitiva y no ninguna de las anteriores. O más bien por qué ella tardó tanto en tomar esa decisión, o no la tomó él. O tal vez por qué un matrimonio evidentemente roto se mantiene unido año tras año sin tener nada que decirse. En todo caso no es mi intención entrar a diseccionar matrimonios ajenos ni analizar las políticas de convivencia de una pareja. Acepto que cada cuál vive según sus códigos que evidentemente a mí se me escapan.

A él siempre le he mirado con cierta curiosidad tratando de adivinar o más bien de ver lo que ella debe encontrar en él. Será que es más bajito que yo y no suelo fijarme en hombres a los que tenga que mirar por encima del hombro, pero lo cierto es que no acabo de encontrarle yo el “punto”, o tal vez como dice la Reina del Sur, éste no esté a la vista. En cambio a ella, a ellas, a la viuda y a la ex siempre les he tenido afecto. Con una convivo laboralmente, con la otra me encuentro de cuando en cuando, con ambas mantengo una relación afectuosa y no suelo preguntar demasiado, ni ellas contar, acerca de esa circunstancia que las une.

Algunos dicen que las victorias pueden resultar muy amargas...

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