lunes, julio 23, 2007

Sucedió una noche



La pasión que siento por el cine me la transmitió mi madre. Por el cine clásico, en blanco y negro, de actores como James Stewart, Joseph Cotten, Montgomery Clift, Paul Newman; de actrices como Greta Garbo, la Dietrich, las dos Herpburn… de un largo etc. El cine de Hollywood, de los grandes estudios. El cine que si bien lo inventaron ese par de hermanos franceses y pasó por el expresionismo alemán (nunca me cansaré de ver Nosferatu), se hizo grande en los States.

A mí madre le gustaba (y le gusta) por encima de todo Gary Cooper (que estés en los cielos). Nunca entendí muy bien por qué, tal vez por su pose de caballero un tanto anticuado. En cambio yo prefería a Cary Grant (y a Robert Mitchum, pero ésa es otra historia). Me gustaba porque siempre parecía esconder algo, un lado oscuro tras esa pose de aristócrata despreocupado.




Cuando quería podía ser simplemente adorable e incluso en las películas más imposibles y cursis resultaba creíble. Véase “Tú y yo” junto a Deborah Kerr bebiendo champagne rosado y citándose en lo alto del Empire State. Posteriormente se hizo un espantoso remake con Tom Hanks y Meg Ryan y es curioso porque ésta (Tú y yo) era a su vez una versión de una película anterior.

Pero el primero fue Clark Gable. Sí, el bajito de bigote ridículo que lo mismo enamoraba hasta la enajenación a la caprichosa Scarlett O’Hara que a la melindrosa y rubia Mrs. Nordley, aunque luego se quedara con la morena Miss Kelly (¿Es cierto que la censura prefería que la película pecase de incesto y no de adulterio?, pregunto por si alguien me lo puede explicar. La película es Mogambo, obviamente). El primero en hacerme entender a mí, una cría por entonces, lo qué era el erotismo.

En 1934 y junto a Claudette Colbert protagonizó “Sucedió una noche”, una de esas películas deliciosas y sin muchas pretensiones. En una escena y ante la atónita mirada de su partenaire el bueno de Clark se quita la camisa, ¡oh, cielos¡, debajo no llevaba nada... ¿Dónde estaba la camiseta que todo hombre de bien debe llevar a modo de ropa interior?





Como dato curioso añadir que el sector textil, concretamente el dedicado a la fabricación de ropa interior masculina sufrió un duro revés y tuvo que ver como las ventas de camisetas caían en picado. El americano medio debió pensar que si todo un hombre como Clark Gable no la usaba, ellos no iban a ser menos.


Tendría que llegar Marlon Brando (quién sino), casi veinte años después en 1951 con (seguro que lo has adivinado) “Un tranvía llamado deseo” y ponerse la camiseta que Gable se había quitado. Si hay un mito erótico en mi vida, ése es aquel obrero polaco de nombre Stan Kowalski.



Y tan sólo unos cuatro años después apareció William Holden. Un actor de escasa fama, tan sólo la alcanzada por la gran 'Sunset Boulevard'y un buen montón de papeles secundarios. Con un reciente Oscar bajo el brazo fue fichado por Joshua Logan para Picnic en 1955.


Un poco sosainas, del montón y posiblemente con más años encima de los que requería el personaje, no parecería a priori el más adecuado para el papel de ese vagabundo de oscuro pasado que llega al pequeño pueblo de la profunda Kansas en vísperas de la fiesta local a trastocar (para bien y para mal) la insatisfecha vida provinciana de sus habitantes.


Pero Holden llegó, vió y venció y para ello además de poner cara de atormentado y decirle a Kim Novak que prometía no abrazarla si le besaba, se quitó la camisa luciendo un torso que se saltó censuras y que nada tendría que envidiar a los actuales (de metrosexualidades y gimnasio). Dato importante y a tener en cuenta es que al modo de Marlon Brando se pasa casi media película sin camisa y la otra casi media con ella rasgada y a medio vestir.


Pero si este dato no es suficiente para convencerte que veas Picnic sin dilación (porque éste es el propósito de este post, el proselitismo cinematográfico y hoy le ha tocado a esta película) te puedo ofrecer otros dos.


El primer motivo lleva el nombre y apellidos de la señora Rossalind Russel, que se come con patatas a la insulsa aunque guapa, muy guapa, Kim Novak; que roba todas las escenas donde aparece y a la que le corresponden los mejores diálogos de la película. A la manera de la que sólo las grandes saben hacerlo en esos papeles decadentes y poco agraciados (Joan Crawford en '¿Qué fue de Baby Jane?', pasándose toda la película en silla de ruedas esquivando las muecas de Bette Davis o Vivien Leigh persiguiendo a mi obrero polaco preferido).


Y si éste tampoco te convence, no te preocupes, porque tengo el definitivo. Dicen algunos por ahí que la escena del baile en Pulp Fiction, ese twist o lo qué sea que se marcan la divina Uma Thurman y Travolta es la escena 'per se' de lo que debe ser un baile en el cine. Dirán eso porque no han visto a Fred Astaire y Ginger Rogers, lo que sería comprensible porque son un pelín petardos, pero lo que es evidente es que no han visto a Kim Novak bajando las escaleras.






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