lunes, julio 30, 2007

Los amigos de mis amigas son mis amigos


En aquellos tiempos Mar aún conocía la palabra remordimiento, y la ponía en práctica. De este modo, cuando conoció al mexicanito lindo se sintió embargada por un mar de dudas, no sé si existenciales, y estableció una guerra a muerte entre el querer y el deber. Entre el presente, el mexicanito lindo, y el futuro (pasado) que esperaba su vuelta. Ganó la sensatez, sin tener nada claro si ésa era la mejor victoria. Lo cierto es que acabada la tesis y su año doctoral volvió a casa y nunca más volvieron a verse.

Cuando irrumpió en su vida yo estaba presente. Éramos inseparables y además de compartir cuarto, clases y biblioteca también pasábamos juntas nuestro tiempo de ocio. Fue en una fiesta. Todo lo que nos pasaba en aquel tiempo siempre era en una fiesta en la casa de alguien, y en este caso fue en casa de Rocío. Inauguraba su nueva casa, o lo que es lo mismo, su nueva habitación de alquiler, y como era costumbre invitó a todo el mundo y organizó la mayor fiesta que con su presupuesto y posibilidades pudo montar.

Llegamos tarde, como siempre. La culpable fue Goizi, la única que conocía la dirección y a la que Rocío había dado detalladas indicaciones de cómo llegar. Pero las indicaciones no debieron del ser del todo correctas o la portentosa memoria de Goizi, que sin duda lo era, ese día debió de declararse en huelga. Cogimos la línea 2 del metro pero en realidad era la del tranvía, dimos vueltas y más vueltas por el mismo barrio sin que ella pudiera identificar el edificio y tres cuartos de hora más tarde de lo previsto y sin incluir el cuarto de hora de rigor llamábamos a la puerta (nos habíamos encontrado con un despistado que también llegaba tarde pero que al menos si conocía la ubicación exacta). Que diferente hubiera sido todo si por aquel entonces hubiese estado popularizado el uso de los teléfonos móviles.

El mexicanito lindo de los ojos azules (así le llamaba Goizi) o el mexicanito lindo a secas (para Mar y para mí) entró por la puerta a los escasos cinco minutos de que llegáramos nosotras (alguien llegaba aún más tarde). Lo divisamos al instante, las tres estratégicamente situadas en una mesa que enfocaba la puerta de entrada, con cervezas ante nosotras y presintiendo el aburrimiento que íbamos a pasar. La presencia en la fiesta era abrumadoramente femenina, y excepto nosotras, algún que otro compañero de piso o de trabajo de Rocío, muy poco atrayentes en términos generales y Mercedes Benz y su trouppe, el resto eran novias, exnovias o futuras novias de la anfitriona y agregadas.

Como era de esperar tres pares (al menos) de ojos femeninos escrutadores se clavaron en él y le dieron el visto bueno, y dado que la anfitriona estaba muy ocupada en ese momento, en calidad de sus mejores amigas decidimos abortar sus pasos que ya se dirigían hacia el meollo de la fiesta e invitarle a sentarse entre nosotras. Aceptó gustosamente, o no tan gustosamente, pero probablemente no alcanzó a ver ninguna otra alternativa, y tras presentaciones varias, más bien un interrogatorio en toda regla por parte de Goizi, quedó claro que el mexicano nos caía bien y que con diferencia era lo mejor de la fiesta. La vaina de que fuéramos tres y él sólo uno lo dejaríamos para más tarde.

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