domingo, septiembre 13, 2009

Paren el mundo que yo me bajo de él


Cuentan los mentideros que a María Felix, La Doña, la mujer más guapa que ha parido México (sic), de la que se dice nació dos veces, cuando la alumbraron y cuando ella se inventó, en una ocasión le preguntaron si era lesbiana:

-"Si todos los hombres fueran tan feos como usted, pues sí sería lesbiana”.

Me lo pregunta alguien a mí. Querencia que le tiene la gente a clasificar, a etiquetar, a colocar en compartimentos estancos.

Soy asocial, asexual y apática. Y al igual que Maria Felix, si todos los hombres fueran, no ya tan feos, sino tan tristes, como el que me preguntó, tendría la misma respuesta.



P.D. La misma Maria Felix.

Desmemoria



Me he convertido en ese personaje de "Mujeres de Manhattan", la mujer en crisis que se pasa los días encerrada en casa viendo pelis en blanco y negro. Veo una estúpida película de Lubitsch, "La viuda alegre". No me gustan los musicales. Los odio con toda la fuerza con la que se puede despreciar lo que se desconoce. Sal siempre dice que ese disgusto habla de mi sensibilidad. A. una vez me recomendó que me comprara peces como animales de compañía. Los peces no requieren contacto físico. Los peces no se tocan. En eso me parezco a mi padre. Estaba tan obsesionada con no ser como mi madre que he acabado pareciéndome a él.

Cuatro domingos en uno



"One can only guess
what would happen if
I got all my questions answered.
Then we'd know for sure
who's got the quickest draw,
who's laying dead
and who's above the law."


Ben Lee


No digas que fue un sueño. Título de una novela de Terenci Moix que nunca leí. Alguien me la regaló. Se perdió en alguna mudanza antes de que tuviera siquiera tiempo a leer su primera página.

Había una serie en televisión. Playas de China, con Dana Delaney y Diana Ross y las Supreme poniéndole banda sonora (Reflections). Hoy nadie parece recordarla. Yo sí.

Nunca me gustó su risa. Me parecía falsa, impostada. Tardé en comprender que simplemente me gustara o no, se reía así. Probablemente no sabía o no podía reírse de otra manera. Ayer descubrí que la odiaba porque se reía exactamente igual que P.L.. No sé cómo no me di cuenta antes.

Cree que no es cierto lo que ve, que como todos, mi tarea es la de fingir que soy la que no soy. Que las distancias que recorro son ficticias, que lo que cuento, que lo que muestro y lo que doy no es real. Cree que me conoce, que va a anticiparse a mis silencios o a mis actos, que sabe lo que hay detrás de mi fachada. No sabe que por vez primera me mostré como era, sin maquillaje ni artificios. La sucia realidad a veces empaña la ficción.



P.D. Hedy Lamarr en "Dishonored lady".

Hablemos de sexo



Agotados los temas de conversación triviales y típicos, el repaso general a la vida, obra y milagros de los presentes y muy especialmente de los no presentes y ausentes, la conversación deriva, como no podía ser de otra manera, hacia los temas de actualidad que últimamente copan las portadas de los periódicos: botellón en Pozuelo, Belén Esteban y el Defensor del Menor (de la Comunidad de Madrid) y el sexo de pago. No necesariamente por este orden ni en reparto equitativo de tiempo dedicado a cada uno de ellos.

Yo apenas opino. Desconocía hasta ese momento el tema de la Esteban. Afortunadamente alguien me gana y ni siquiera sabe quién es. Sí, es posible, aún hay gente que vive al margen de determinadas realidades, y que les dure.

El tema de Pozuelo, por otro lado, me aburre, lo dejo en manos de conciencias más doctas que las mías, algunas con hijos preadolescentes, que dictan sentencia a padres, hijos, fuerzas del orden y estamentos públicos.

Con el sexo (de pago) la conversación se caldea. La cuasi-unanimidad alcanzada con los dos tema anteriores se volatiliza y de pronto nos vemos (se ven) enfrascados en una discusión con dos tonos de voz más elevados de lo que sería considerado correcto. A un lado los promotores de la libertad del individuo por encima de todo y pese a todo, a otro los firmes defensores de unos valores y una dignidad perdida. Yo sigo sin opinar. Arreglar el mundo ha comenzado a parecerme una tarea ardua y terriblemente tediosa.

En honor a otros tiempos en los que para mí la discusión era un arte, alguien me pregunta mi opinión. Y qué voy a decir yo. Tal vez recordarle a J., que considera que quiénes somos nosotros para juzgar e interpretar un mero intercambio comercial, que no opinaba lo mismo cuando muchos años atrás pasábamos camino de nuestra compra semanal al Carrefour por cierta calle poblada y habitada por mujeres negociando meros intercambios comerciales. Putas de la vieja escuela, españolas en su mayoría, por aquel entonces la presencia de inmigrantes en las calles de Gijón no era demasiado común, atrapadas por el infierno de la heroína. Dudo que nunca, jamás, tuvieran la oportunidad de elegir.

Pero no digo nada y sigo escuchando a G., que vive en Rumania, donde le ha mandado la multinacional para la que trabaja, cobrando un sueldo que multiplica por seis al mío. Que pese a ello no sabe situar a Valaquia o Bukovina en un mapa. Me miró como si fuera una marciana, tal vez lo sea, cuando le hablé de un futurible viaje siguiendo la ruta que Bram Stoker dibujó para Jonathan Harker. Desprecia al país que lo acoge y a sus gentes y sostiene que es lógico que sus ciudadanas prefieran trabajar, conscientemente, de trabajadoras del sexo en España, que fregando los suelos de su duplex en Bucarest. No le recuerdo la rabia e impotencia, las lágrimas que caían desde su casi metro noventa de estatura cuando fuimos testigos primero y oyentes después, de la perra vida y de las palizas que sufrió C., travesti callejera que a principios de los 90 inmortalizó muchas de nuestras noches de estudio, con la que compartimos alguna noche de desenfreno en algún tugurio de Cimadevilla, pocas, y de confidencias, muchas.

Después opina S., desde su digna posición de novia vestida de blanco frente al altar de la Iglesia de San Pedro en un par de semanas. Apela al abuso de las mujeres, a la falta de dignidad de los clientes, al sometimiento y a la violencia. Le queda un discurso muy emotivo sobre la fragilidad de la condición humana que bajo ningún concepto debe ponerse en venta. Me abstengo de preguntar si acaso ella no recuerda haberse puesto en venta dos veces por semana hace algunos años. Ella ofrecía su cuerpo, él un anillo de compromiso.

Sigo sumida en el mutismo más absoluto, pero todas las cabezas se dirigen hacia mí, la única que no ha hablado ni ha opinado hasta ahora. Y aunque supongo que ya no les sorprende mi falta de opinión, hace tiempo que dejé de tenerla cuando se habla de todo y de nada a un tiempo, me instan a que hable.

"La otra tarde vi un reportaje de investigación en la tele". Palabras mágicas, reportaje de investigación, siempre sugiere sexo, drogas y botellón. Consigo mantener la expectación pese a que alguien pregunta cómo es posible si yo nunca veo la tele. Obvio la pregunta y sigo. Trueques con sexo, ese era el tema objeto de “investigación”. Será consecuencia directa de vivir en provincias, pero yo nunca lo había oído. Todos asienten. Sale un tipo con voz distorsionada y sin que se le vea la cara, ha puesto un anuncio en el periódico en el que ofrece alquilar una habitación a cambio de un polvo diario con la posible inquilina. Teniendo en cuenta que la periodista que se hace pasar por presunta interesada está de buen ver el tipo parece encantado y dice que pueden llegar a un trato en ese mismo momento, diferente sería, añade él, que fuera de cuarenta, años, se entiende, entonces el posible acuerdo podría peligrar. Juraría que el tipo en cuestión no cumple los cincuenta, y no le acuso de que le gusten las jovencitas, es lógico, además es él el que pone su casa. Sólo pretendo ser lo más exacta posible. Estrechan sus manos y se ponen de acuerdo. Entonces él añade que deberían pagarle unos 100 euros al margen de los servicios sexuales requeridos. Digo yo que serán para los gastos de luz y agua y todas esas cosas. El mundo al revés, todos asienten.

Pero lo mejor viene tras la publicidad. De nuevo anuncio en el periódico. Se busca asistenta para limpieza de hogar y puta a partes iguales. Quitas y echas un polvo a un tiempo. Voz distorsionada de nuevo y sin apariencia de rostro, pero en este caso se dan más datos. Es hombre, de 40, vive con sus padres pero tiene un piso propio. Inciso, qué hace un tipo de cuarenta viviendo con sus padres y máxime teniendo una casa. La respuesta está en el viento.

Sólo pretende que pase la fregona un par de veces a la semana, dos horas, 15 euros y antes o después, no lo aclara, todo lo demás también. Como no vive allí, especifica que hay poco que limpiar. Intuyo yo que cambiar las sábanas y recoger los condones usados. Dice que es una persona “normal”, de gustos “normales” y que quiere las cosas “normales”: caricias, besitos y demás, no aclara si la normalidad se circunscribe a la postura del misionero o el sexo anal u oral entran en esa categoría. Dudo mucho que un hombre que pague por mantener relaciones sexuales con una mujer no baraje esas posibilidades. Quién c* va a acostarse con un tipo a cambio de 15 euros teniendo que limpiarle además la casa, me pregunto yo y todos asienten. La candidata acompaña a semejante “mastuérzano” al piso en cuestión, donde se discuten los métodos anticonceptivos a usar. Me equivocaba en mi suposición anterior cuando decía que probablemente la limpieza se limitase a cambiar sábanas y recoger los preservativos usados. A estas alturas me da que es de los que no cambian las sábanas y que no tiene ninguna intención de usar condones, pero no, el tipo ha pensado en todo, y tiene su propio método anticonceptivo, se administra vía vaginal mediante unas jeringuillas, que el disculpa diciendo que son de las “pequeñitas” y que no hacen daño. Pero qué está contando este romano. Todos asienten.

Aprovechando el desconcierto emocional en el que todos se han sumido; elucubraciones mentales acerca del tamaño de las jeringas, incluida S., que pese a ser enfermera se estremece, me levanto y me despido. Todos asienten.

El tipo del fondo de la barra no ha dejado de mirarme en toda la noche, y yo si he cambiado las sábanas.




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