viernes, octubre 02, 2009

Máscaras


Mi amigo Y., madrileño adoptivo, que un buen día cruzó el charco para para licenciarse en la Sorbona y acabó de teleoperador en Madrid, es un adicto a la comida y a la coca-cola light, que no Zero, aunque no necesariamente en este orden. De lo primero da fe su oronda figura, de lo segundo, la infinidad de botellas vacías que decoran su cocina en interminable hilera.

Siempre que voy a cenar con él y cenamos fuera, en un restaurante, se entiende, se reproduce la misma escena. Arqueo de cejas y mirada entre el divertimento y la incomprensión del camarero o camarera de turno. Supongo no les resultará habitual que alguien pida cenar con cola-cola light y al mismo tiempo se meta entre pecho y espalda tres platos de la carta sin olvidar el postre. Recientemente, cenando en determinado ilustre local de Gijón casi llegó a las manos con la camarera que a eso de las once de la noche se negaba a servirle un arroz caldoso con bogavante, un chuletón de buey, una ensalada de bacalao y un revuelto de morcilla con pasas y piñones tras las distintas tapas que para el resto fue cena y para él tan sólo un antipasti a la italiana, regados con sidra, obvio, y coca-cola light. Alcanzado finalmente el acuerdo se negoció el postre, arroz con leche, como es de rigor, tarta de queso Afuega'l pitu y algo más que no puedo recordar pero creo que llevaba castañas.

Faltaría más que alguien tuviese que justificar sus adicciones o explicar sus contradicciones, pero a él continuamente le requieren el por qué de la coca-cola sin azúcar si después no se corta ni un pelo en la ingesta de todo tipo de calorías.

-“Porque me gusta, carajo.”

A mí por ejemplo me gusta el pan integral mucho más que el blanco, aunque éste sea irrenunciable para determinadas recetas. Y no, no tengo problemas de fibra intestinal, o tal vez sí, que nunca he tenido claro qué significa eso. Ni tampoco estoy a régimen ni lo he estado nunca y así me va. Simplemente me gusta. Se me antojan pocos manjares más exquisitos que una buena rebanada de pan negro, mantequilla y jamón de la Selva Negra acompañado de una buena Weizen. Y no, por supuesto que no le hago ascos al pan con tomate, apunte para los patrios, como tampoco al Fladenbrot con tzaziki y olivas, ni siquiera a un Big Mac.

En ocasiones todo es tan simple como eso. Algo te gusta, sin más, no es necesario dar explicaciones. No hay dobles intenciones... Si las necesitas, apuntas a la persona equivocada.

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