viernes, septiembre 03, 2010

¿Un recuerdo es algo que conservamos o algo que hemos perdido?



En mis escasos 50 metros de casi-hogar tengo dos ambientes perfectamente bien diferenciados. Por un lado está la parte hogar de indigentes, con todos los respetos para los hogares de indigentes, teñido de cierta pequeña dosis de síndrome Diógenes; la otra se corresponde con la de un hotel de carretera de medio pelo. En la primera parte impera el desorden, los vestigios de un mal entendido bricolaje, los planos a medio desbozar y el catálodo de Ikea 2010 tan sobado y usado que apunta directo al reciclaje. En la segunda, parece que no vive nadie o si lo hace, que está tan sólo de paso. No hay indicios personales de la que allí pernocta, ni una mísera fotografía, cuadros, postales o un cepillo de dientes sinónimo de vida e higiene; ni siquiera toallas sucias o ropa tendida. Apenas libros, y los pocos, están acumulados en una torre que desafía la gravedad sobre una silla a la izquierda de la cama a modo de mesilla. Yo duermo al derecho, por tanto no hay peligro de que un día se desmorone y caiga sobre la cabeza de alguien, nadie ocupa el lado izquierdo de mi cama. Un día de estos tendré que comprarme unas cuantas estanterías, en Ikea, of course, y comenzar la mudanza de objetos personales, de libros, de discos. Siempre soñé con poseer un día una biblioteca, de ésas con paneles de madera de suelo a techo, con chimenea y una ventana por la que entrara el perfume de los rododendros, ya saben, anoche soñé que volvía a Manderley. Bueno, siempre soñé con tener una mansión en Sussex, sobre un acantilado en Cornwall o en los páramos de Yorkshire. Sí, eso también, un inmenso vestidor, como esas famosasnuevasricasvenidasamás que posan para el Trola en sus primeras páginas, mostrando sus casas de presunto ensueño. Ya ven, aunque intento mantener a raya mi lado más banal, no siempre lo consigo.

Tampoco tengo discos, no tendría donde colocarlos, toda la música que escucho (y por eso siempre acabo escuchando la misma) me cabe en el ordenador. También pendientes de traslado... Nunca he sido una gran coleccionista de nada, excepto de sinsabores y nunca he tenido todo el dinero que me hubiera deseado para comprarme todos los discos y todos los libros que me hubiera gustado. Aunque para eso están, al menos de momento, las descargas en la red y las bibliotecas públicas, sin ambas cosas mi vida sería mucho más triste de lo que es. En casa de mis padres tengo montones de cd's y algún que otro vinilo. Las cintas de cassette quedaron muy atrás, aunque llegué a acumular cientos, las mayoría grabaciones de grabaciones, para que ahora nos vengan con historias de piratería. Y es que soy tan insultantemente joven que cuando por fin dispuse de dinero más o menos propio para gastarlo en lo que me viniera en gana, a saber, libros y discos, lo que se estilaba eran los compacts. Aunque a veces añore aquellas noches de mis trece o catorce años metida en la cama con el walkman a todo volumen y aquella cinta de 90 minutos donde mi proveedor oficial de música me había grabado "The river", un disco por cada cara. ¿Y a qué no conocen a nadie que tenga en vinilo toda la discografía de "Los Secretos" (Enrique Urquijo presente) y hasta el "Rock in Ríos", pues esa soy yo, para que luego me pregunten por qué soy tan triste. Me hubiese gustado comprarme más vinilos en aquel entonces, pero el reproductor de discos me estaba vetado. Es lo que tiene tener hermanas mayores, no me permitían tocar su vinilo de Leonard Cohen (juraría que si le preguntara a día de hoy a mi hermana, ni sabría decir quién es Leonard Cohen, pero aquel entonces aquel disco era suyo y yo sólo un estorbo). Cuando por fin yo fui "mayor" alguien había decidido que ese aparato ya no valía para nada y había comprado un moderno stereonosequé que sólo reproducía discos compactos. Juré entre lágrimas que algún día tendría mi propio tocadiscos y que empapelaría mis paredes con portadas de discos de Bruce Springsteen (básicamente con la del "Born in the USA"). Sé que nunca haré lo segundo, y como lo primero lo sigo teniendo pendiente, ayer en casa de mis padres rebusqué entre los trastos y encontré la caja donde acumulando polvo fueron a parar todos los discos de vinilo que nadie reclamó. Y allí estaban, el de Leonard Cohen, los de Los Secretos, el de Miguel Ríos y hasta Los Stukas y Victor Manuel. Pero por encima de todos destacaban dos, que mi madre me regaló en el principio de los tiempos, juraría que tampoco ella lo recuerda ahora. Me había enfadado con ella, habíamos discutido por algo que no recuerdo y ella a modo de pipa de la paz se fue a la única tienda de discos que había entonces (la única que sigue habiendo) e imagino que entre discos de Modern Talking, Hombres G y Modestia aparte, supo que Aute y Dylan serían una buena ofrenda. No miento si aseguro que fue el regalo que más ilusión me ha hecho en mi vida, supongo que por inesperado, por las molestias que se tomó, por demostrar que me tenía en cuenta, que me conocía, que me aceptaba.





P.D. Esta canción lleva días persiguiéndome. A veces en las cosas más simples... y no, el título no tiene nada que ver. O sí... Y el de la foto no necesita presentación.

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