miércoles, octubre 20, 2010

Blues para un hombre desafinado

 






Me siento tentada de generalizar y caer en los tan manidos tópicos. Tal vez como compensación por haber apagado hoy el despertador, levantarme una hora más tarde de lo que debería, haberme bebido tres coca-colas (sólo una de ellas light y por tanto el equivalente a no sé cuántas decenas de terrones de azúcar) y que tenga que quedarme en la oficina hasta no antes de las seis de la tarde.

Así que podría hablar del daño que ha hecho la pornografía en la conducta sexual del hombre (el daño que han hecho otros factores en el de la mujer me lo ahorro, que es mirarme en un espejo), pero mejor lo dejo para otro momento; y podría hablar de lo previsibles que son los hombres, algunos, o casi todos o uno en concreto. Al que por cierto llamaremos, por ejemplo Ramón. Y no, ni se llama Ramón, ni su nombre empieza por R.

A Ramón le conozco desde hace un incierto número de años. Seis, tal vez; no recuerdo, tal vez más. Era un tipo bastante atractivo por aquel entonces. Supongo que el que tuvo, retuvo; aunque los años, pasados los cuarenta, no perdonan a algunos. En todo caso sigue poseyendo una personalidad arrolladora, cierto halo de malditismo y muy mal café, que eso, parece ser, a ciertas mujeres les pone. No a mí, por cierto; o al menos no a menos que vaya combinado con una cara B. Está divorciado, tiene un par de hijas cuasi adolescentes a las que les pasa un cheque semanalmente y una buena colección de amantes despechadas. Y no, no le conozco en el sentido bíblico, que supe retirarme a tiempo, aunque por poco. Y no, eso no me convierte en un ser moralmente superior.

Por otro lado está, pongamos, Lolita. Que hace mucho, por cierto, que dejó de serlo; una adolescente hipersexuada. Ahora es una mujer a punto de cumplir los 40, con un hijo adolescente que vive con su padre (se casó demasiado joven, enamorada hasta las trancas y velando por huir de la casa familiar donde un padre viudo se hacia cargo de cinco hijos, ella la única fémina), tiene una hipoteca y un descapotable, un trabajo al que dedica la mitad de su tiempo y un ex-novio con el que ni contigo ni sin ti; que tiene demasiado miedo a quedarse solo a punto de cumplir los 45, cuando ya ni el efecto tarima le hace atractivo ante sus alumnas veinteañeras, su presa favorita; y la cruz en el calendario de una relación que empezó mal y ha acabado peor.

Lolita y su ex-novio de ida y vuelta se conocieron como compañeros de oficina con una tercera en discordia, yo. Aunque en realidad la tercera en discordia era la mujer de él. Su matrimonio, nunca pretendió ser original, hacía aguas. Claro que su mujer tampoco pretendía ser original y no pensaba lo mismo. Aunque pronto se le aclararon las ideas y los papeles del divorcio, que por cierto ella tuvo que presentar al margen de colocarle las maletas en la puerta, porque él, mucho me temo, no tenía demasiada intención ni de abandonarla a ella, ni al hogar familiar, ni al reguero de alumnas veinteañeras, ni a Lolita y supongo que a unas cuantas cosas y mujeres más.

Yo los presenté, a Lolita y Ramón, se entiende. Por casualidad, sin premeditación ni alevosía. Por iniciativa propia jamás le hubiese hablado a él de ella. Una mujer atractiva, fuerte, segura; aunque a veces tenga que mirarse dos veces en el espejo para reafirmarse sobre sus tacones de diez centímetros mientras retoca el carmín de sus labios. Que aún se ríe sin complejos, que sabe lo que quiere, lo que no quiere, lo que está dispuesta a ceder, la parcela de alma que ya no tiene a la venta o las renuncias que está dispuesta a asumir.

No, jamás se me hubiese ocurrido, porque tras la fachada de mujer moderna de rompe y rasga, de yo estoy aquí y con mi pan me lo como, del ya no tengo años para perder el tiempo en juegos donde corro el riesgo de quedarme jugando a solas; del yo no admito sucedáneos, que se nos rompió el amor de tanto usarlo; del tú en tu casa y yo en la mía; hay una mujer real de las que aún corren el riesgo de tropezar, caer y enamorarse, aunque ella afirme que eso del amor es un pecado de juventud del que ella está vacunada; que no la pillará una vez más ese toro, que por eso ya nunca se viste rojo.

Porque Ramón es de esos hombres que deberían estar clasificados y catalogados como peligros andantes. Y yo le quiero, y le respeto... a veces, todo hay que decirlo. Sería perfecto si se conformase con ser el amante de turno, de cinco a seis, tres veces por semana entre las cuatro paredes de una habitación de hotel y alguna que otra escapada de fin de semana. Quizás algún domingo de pereza a esas horas inciertas de la tarde o en la cena de algún viernes como entreacto a los gin-tonics. Que no molesta, ni exige, ni te cuenta su vida; que te intercala con otras sin perder la gracia y las buenas formas. Pero no, aunque en esencia sus relaciones se reduzcan a eso, que no es poco, y bienvenidas si eso es lo que se desea; él se empeña en demostrar que en realidad quiere más, que quiere implicarse en tu vida, que quiere hacerte sentir querida, admirada y no sólo deseada. Pero no...

Porque acaba por tanto, siempre, enredado en el juego del sí, pero no. Del hoy no puedo pero te llamo más tarde. Del me voy, pero me quedo y en todo caso siempre dejo la puerta abierta, que nunca se sabe cuándo voy a regresar, como si son las tres de la mañana de un día laborable, no importa, tú siempre tienes que estar dispuesta aunque él no lo esté; no vaya a echarte en cara que eres una ingrata y que sólo lo buscas a él para un polvo probablemente no tan bueno; no vaya a sentirse usado, ultrajado, minusvalorado, abusado. Que sí, que lo siente, y lo que es peor, se lo cree.

Y yo los presenté, sí, un buen día, no sé cómo, una tarde de compras. Yo en la búsqueda infinita de una nueva cazadora de cuero (llevo en ello más de un año); ella comprando pijamas en Primark, y él pasando por ahí, que es lo que mejor se le da. Aparecer, porque sí, de repente, de improviso, sin motivos ni razones. No presté demasiada atención a las señales, a las chispas que saltaban, a las miradas que se intercambiaron, y sólo encogí los hombros y me dije que no era mi business, cuando días después supe que esa misma noche se fueron juntos a la cama, y que repitieron las siguientes.

Eso me lo contó ella, claro, que él es muy discreto... cuando quiere. Que sabía que no duraría mucho, que le divertía y le hacía reir a diferencia del último cuasitreintañero. Que era un hombre adulto y adusto que no iba a dormirla con cuentos de hadas. Que tendría fecha de caducidad, no más de tres meses, probablemente, cuando ambos se cansaran el uno del otro o terceras personas se cruzaran en sus vidas... Y yo asentía, despreocupada, qué puede importarme a mí lo que hagan con consentimiento mutuo dos personas adultas.

Pero han pasado más de tres meses, en realidad han pasado ya casi seis. Y él sigue siendo el hombre adusto y adulto que la hace reir. Pero también el que hace que se la pase pendiente del teléfono, pendiente de sus cambios de humor y de planes, de sus silencios y de la falta de respuestas que ya le cuelgan de las ojeras. Porque han pasado a ser sólo dos, a veces una, las noches que por semana comparten; cuando incluso hace sólo un par de meses hablaban de mudarse a vivir juntos, y a ella, que juró que jamás compartiría cuarto de baño con alguien del otro sexo que no fuera su hijo, le hizo ilusión la idea, porque la idea fue de él, obvio, que a ella ni se le hubiese ocurrido.

Y yo no supe, o no quise verlo. Que al fin y al cabo quién soy yo para decirle a una mujer adulta que ése es el hombre equivocado. Y tuve que hacerlo, tuve que ver como iba tejiendo su tela de araña, con paciencia, poco a poco, sin hacer ruido y al despiste. Como ella se iba alejando de todo lo que construyó con mucho esfuerzo todos este tiempo pasado, como iba cayendo en una inconsciencia sin remedio, sin darse cuenta, lentamente; para acabar despertándose de madrugada, a solas, entre sábanas frías y revueltas.

Entiendo que ésas son las direcciones que yo tomo, las que no conducen a ningún lado, porque en realidad no sigo coordenadas ni tengo destino. Pero ella no, ella no se merece estar más horas a ras de suelo que sobre sus tacones, ni tener que forzar sonrisas apagadas cuando siempre ha sido la persona de entre todas las que conozco que más luz ha irradiado. Ella nunca ha sido de las tristes, de las torpes, de las ingenuas que se deslumbran con el primer destello. Ella nunca ha sido de las mías...




P.D. Susan Saint James

Cuenta atrás





"She stares off alone into the night
with the eyes of one who hates for just being born
for all the shut down strangers and hot rod angels
rumbling through this promised land"



Si hay una canción, aunque hay muchas, es ésta... creo que el día que consiga escucharla sin llegar a emocionarme cuando llega el final, es que habré muerto... Qué grande, pero qué grande...







Starting from zero got nothing to lose


Como para mí, a diferencia de otros exquisitos, lo vintage no es sinónimo de más y mejor; y además el "Working on a dream" fue... bueno, qué más da... fue, que ahora todo es pasado.










P.D. Luciana Paluzzi

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