jueves, octubre 21, 2010

Dice Lou Reed que en el fondo se trata de actuar como un hombre, manejar las cosas de la mejor manera posible



R. y yo nos conocimos en nuestro primer año universitario. Ambas recién llegadas y con los 18 recién cumplidos. No compartíamos estudios, ni siquiera cafetería ni partidas de mus (yo nunca llegué a aprender); pero sí residencia, éramos vecinas de habitación. Noches de estudio, exhibicionista a domicilio, cafetera (nunca llegué a acostumbrarme al café), regalices, magdalenas de chocolate y discos de Los Rodríguez.

Nunca tuvimos demasiado en común, supongo. E imagino que igualmente, tantos años después, seguimos siendo frontalmente diferentes y puede que sigan siendo más las cosas que nos separan que las que nos unen. Nos vemos poco, cada vez menos, que parece ser es maldición común al paso del tiempo. Ya se sabe que la vida te lleva por caminos diferentes aunque vivamos en la misma ciudad, probablemente a no más de quince minutos andando la una de la otra. Pero como estamos en tiempos de las nuevas tecnologías y en la era de la comunicación, hablamos y/o nos escribimos con relativa frecuencia, aunque nunca nos contemos nada. Ella porque parecer no tener nada que decir y yo porque siempre digo lo mismo, 'todo bien', sin entrar en detalles que a nadie le importan. A veces me pregunto qué pensaría la gente que me "conoce" de mi vida real, en algunos casos desde hace tantos años como ella, si leyese esto, lo que aquí escribo.

R. tenía un novio en el pueblo, desde los 15, un compañero de instituto que ni siquiera le gustaba especialmente; pero era lo que tocaba. Algo que yo nunca entendí, lo que tocaba. Su mejor amiga allí era la novia del mejor amigo de él, y saliendo en cuarteto se dejó llevar, supongo. A lo largo de ese primer año se veían de fin de semana en fin de semana, que no todos; los puentes, las vacaciones de Navidad, algún día suelto. Algo que resultó serle útil a él para compaginarla con otra, desconociendo ambas la existencia mutua. Y evidentemente al llegar las vacaciones de verano y hacerse semipermanente la presencia de R., él no tuvo otra que enfrentar la realidad y elegir. Lo de elegir es un suponer, porque podría no haberlo hecho, y no me refiero a quedarse con las dos, sino con ninguna; aunque eso en realidad también es una elección. Se quedó con la otra, supongo que porque era con la que más tiempo pasaba.

No puedo decir que aquella primera ruptura le hiciera especialmente daño. De hecho se divertía contando la anécdota del novio que durante tan largo tiempo le puso los cuernos. Se sentía protagonista de una historia que algunas en cierta forma envidiaban, no por la infidelidad, sino por haber tenido un novio tan apuesto por el que tenía que competir con otra, quién sabe si incluso con otras. No creo que le marcara la anécdota, ni que ésta fuera a condicionar sus futuras relaciones o su percerpción de los hombres. Aunque ella muchas veces así lo fingía. Era una buena excusa para justificar determinadas actitudes, el desengaño del primer amor.

Después llegarían otros, no muchos, que era mujer de ideas muy claras y el 99,99% de los hombres no merecían la pena. Y ya se sabe que no hay peor falta de criterio que el criterio absoluto. Precisamente el que fue el gran amor de su vida, aunque ella lo negará y dirá que es el actual, se lo presenté yo haciendo de involuntaria celestina, y en tanto era uno de los que podía entrar en el 99,99%, que me temo que la falta de criterio de mi criterio era aún mayor. Lo único que le salvaba, para mí, era que le gustaban los Ilegales. De hecho nos conocimos en un concierto de Joge Martínez y sus chicos y acabamos en el Diario Roma con el propio y el tipo con el que por aquel entonces, aún sabiendo que entraba en ese elevado porcentaje, yo perdía el tiempo. Supongo que más tarde aparecería ella, que andaría por cualquier otro lugar con compañías más ilustres bailando salsa o algo similar, que llegarían los dos besos de rigor y el intercambio de información básica y de teléfonos. No sé cómo lo conseguía, pero ésa era su especialidad, conseguir que todos los hombres en metros a la redonda le diesen su teléfono. Y no, no era especialmente llamativa, ni guapa, ni siquiera simpática; pero su insistencia no tenía límites y su capacidad para la convicción, tampoco.

Pasarían cuatro años desde ese día hasta que pusieron fin, o él puso fin, para ser más exactos, a una relación intermitente. Pasaría un año más hasta que ella dejase de tratar de saber de él, eso sí, siempre desde la distancia y la discreción, y puede que otro año más hasta que dejó de hablar y/o pensar, al menos en apariencia, en y de él. Y no, yo juraría que aquello no era amor. Desde luego no lo que sentía él por ella, y lo que ella sentía por él más bien rayaba la obsesión. No, que el que no haya perdido los papeles alguna vez en su no-relación con otra persona, que no tire la primera piedra, que acabaremos todos lapidados.

Si de ella hubiese dependido, le hubiese pedido en matrimonio; y es más que probable que él se hubiese dejado arrastrar hacia el altar. Porque aunque estaba enamorado de otra, eso a R. no le preocupaba. Cuando esa otra se casó con otro y él se vistió de luto ese día, hasta le arregló el nudo de la corbata. Sabía que ella jamás le correspondería, que él jamás renunciaría a ese amor imposible y platónico por otro más terrenal; así que jamás la abandonaría. Flaco consuelo, saber que alguien está a tu lado por no poder estar al lado de la persona a la que en realidad quiere. Saber que su fidelidad no depende de ti, sino de ésa otra a quinientos kilómetros casándose vestida de blanco en una ermita junto al mar. Pero ella, incomprensiblemente, parecía conformarse... y él, por momentos, también. Claro que de repente le entraban las dudas y debía de pensar que entre la soledad y su objeto de deseo, prefería la soledad, así que desaparecía por momentos; aunque ya he comentado que la insistencia y la capacidad de convicción de R. no tenían límites, como si se hubiese pasado media vida pidiendo los teléfonos ajenos a modo de ensayo y preparación para esos cuatro años de ni contigo ni sin ti.

A su alrededor todos callábamos, al principio; conceder el beneficio de la duda es privilegio al que deberíamos siempre tener derecho. Y al fin y al cabo suele estar de más decirle a una persona adulta cosas del tipo, 'pero si él no te quiere', 'pero si él está contigo por no estar solo', 'pero si él simplemente se deja querer', 'pero si él demuestra menos afecto que un cactus, que al menos estos últimos pinchan, hacen daño y sangre'. 'pero si él...' Ella ya conocía todos los peros, los asumía, los aceptaba y se enfrentaba a ellos. Que es cuestión de tiempo, siempre decía. Y probablemente fuera cierto, que ambos lo creyeran, que en algún momento uno de ellos saliera del letargo y reaccionara. Que fuera él, lógicamente, aunque tardara cuatro años y algunos meses de menos.

Poco sé de su vida a partir de entonces. Que conoció a otra novia, con la que según R. no era feliz. Que aunque ya no se vieran, él se lo contaba. O él le hablaba y ella llegaba a semejante conclusión. No sé si llegó a considerar en algún momento que a su lado llegara a serlo. Por su parte ella quedó completamente desolada durante no menos de un año y seis meses, y ya no es que el 99,99% de los hombres no mereciera la pena, es que ninguno podía compararse con él. Llegaron otros, de ida y vuelta, más como consolación que como convicción, y acabaría por llegar el actual, con el que recientemente ha cumplido su primer aniversario.

A R., como a tanta gente, le gusta decir a los demás lo que tiene que hacer. Y cuando digo demás, hablo de mí. Aunque sea a distancia y sus consejos no se salgan de que soy una frívola exigente sin los pies en la tierra narcisista paranoide adicta al victimismo. Con otras palabras, claro; pero que en esencia viene a ser lo mismo. Y oigan, que excepto en lo de paranoide hasta puedo estar de acuerdo, pero no sé, que en mi pueblo dicen "le dijo la sartén al cazo". Se me hace raro escuchar consejos desde la altivez y la soberbia mezclados con la displicencia, de alguien tan sólo un poco más arriba en la escala de las atrofiadas emocionales.



P.D. Priscilla Lane

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