jueves, mayo 10, 2012

La única herida




Hace un par de fines de semana a altas fiebre de la madrugada departía con un amigo del género masculino sobre lo divino (el Bruce) y lo humano (nosotros). Sonaba “Ring of fire” a petición nuestra y nos embarcamos en la eterna guerra de sexos. No suelen hacer falta muchas excusas para acabar discutiendo el porqué de que los hombres sean de Venus y las mujeres de Marte (o al contrario, que nunca recuerdo cuál es la asignación correcta).

Hablaba de lo que él vino a llamar “su época negra u oscura o abismal”. A los dieciocho, a los veinte, a los veintitantos y tal vez a los treinta. No ahora, con los cuarenta cumplidos, los deberes hechos, las cosas claras y los horizontes lejanos.

-“Yo siempre he sido un pagafantas”. Confesaba entre la resignación y el hastío. “O al menos lo fui en los períodos en los que no tuve novia o pareja estable en aquella época negra de mi vida. E incluso entonces, cuando estaba emparejado”.

Nadie lo diría. No lo conocía entonces. Lo conozco ahora.

-“Os comportabais mal. Las mujeres. Y sí, estoy generalizando”. Yo permanezco en silencio, asiento y le invito a que siga. “Actuabais como si nos estuvieseis perdonando la vida. Nos mirabais por encima del hombro casi con desprecio. Ninguno estábamos a la altura de vuestras expectativas, del príncipe azul que sin duda vendría a rescataros de vuestra absurda rutina”.

-“Ahora ya no me importa. Ya sé lo que quiero y especialmente lo que no quiero. Me da igual que paguen justas por pecadoras. Ahora recogéis lo que sembrasteis. Si desparezco, si no llamo al día siguiente, si no doy explicaciones, si no me comprometo, si me voy, como tú bien dices, porque nunca he estado… es mi venganza por tantos años de humillación, de hacer el tonto, de comportarme como el perfecto caballero que nunca fui. Ahora soy yo el que tengo la sartén por el mango, el que toma las decisiones, el que elijo. Y esa es mi elección”.

No supe que contestar. Tan sólo me acordé de aquél que hace mucho tiempo me dijo que él era uno de esos hombres. Y cuando le pregunté el porqué tan sólo contestó mientras se encogía de hombros: "¿por qué me divierte?, ¿por qué no me importa?..."



P.D. Ann Dvorak, James Cagney y Margaret Lindsay. 

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